Jorge Galiñanes: “La moda es la novia que nunca tuve”

Cumplió su sueño de ser diseñador de moda a pesar de las trabas que le ponía su familia ▶ Tuvo "éxito, fama, y dinero"
photo_camera Jorge Galiñanes para Vida Salnés. JOSÉ LUIZ OUBIÑA
A miña historia
Nazco en Pontevedra pero crezco en Vilagarcía. Me considero muy afortunado con la familia que me tocó. Pude cumplir, no sin trabas, mi vocación que era ser diseñador de moda. Digo “no sin trabas” porque con mi padre me costó bastante. Yo tenía la mala suerte de ser buen estudiante y mi padre no concebía que perdiera el tiempo con el diseño. Pero pude conseguir, con ayuda de mi madre, estudiar diseño. Pude triunfar en aquel momento en la moda, cosa que era muy difícil en mi generación. Tuve “éxito”, tuve fama, tuve dinero. Luego la moda me fastidió también. Tuve mucha suerte en el amor. Fui muy feliz aunque ya no esté. A veces estamos enfadados con la vida, tuve esos momentos también; pero me considero una persona bastante afortunada. 

¿Cuál fue tu barrio?
Mi barrio era Santa Eulalia, o sea, la zona de San Roque hacia el río do Con. Era un barrio donde todos nos conocíamos y donde comíamos en casa de otros lo que no comíamos en nuestras casas, y nuestras madres se enfadaban mucho. Era un barrio feliz. La pena es que no quedó casi nadie. Mis padres se escaparon pronto de allí. Fue un barrio que luego se llenó de mucha droga, por eso mis padres se escaparon para la Plaza de Galicia, para la Baldosa. 

¿Cuándo decides ser diseñador?
Yo no sé si sabía lo que era ser un diseñador, pero sabía que quería diseñar ropa. Yo no sé coser. No me gusta nada que me digan modisto porque me parece un insulto a los modistos. Tuve la suerte de crecer rodeado de mujeres muy bellas y muy elegantes: mi madre, mis tías... No recuerdo en qué momento quise ser diseñador. Sí recuerdo que todos mis apuntes fuesen de latín o fuesen de matemáticas estaban llenos de bocetos de mujeres. 

¿Y el precio a pagar por esa vocación?
Pues un padre enfadado. Unos estudios que además eran muy caros. Y otras cosas que me importan poco: ¿Quieres ser diseñador? ¡Eres marica! No, ya lo era. Ese precio no lo pagué porque me importaba poco. Trabajar mucho, eso sí. Gané un premio de diseñador novel, con 19 años, y el premio era una beca con el diseñador Antonio Pernas con el cual estuve un año. Pero tenía que estar en fábrica ocho horas y después llegar a la escuela. Entonces me levantaba a las 6 y me acostaba a las 2 o 3 de la mañana. Pero era lo que quería, o sea que no fue ningún castigo.

¿Cuándo dices “ya llegué”?
Creo que no llegué nunca... pero cuando veo que hay empresas que se interesan por mí, que reconocen algo que yo ni siquiera reconozco, que no soy consciente. Cuando veo que en un consulting, en el año 95, entre trescientos y pico candidatos me escogen a mí, cuando yo no quería ser escogido porque estaba muy enfadado con la moda, y estaba estudiando sicología. 

¿Te rebelaste?
Me fui a esa entrevista con un manojo de grelos, con la bolsa del Gadis, con una chaqueta de leñador y estaba así como desparramado. Pero fui avanzando y al final ese trabajo salió para mí. 

La moda fue a por ti.
Claro. Ahí descubrí que me buscaban. Como cuando años después, yo intenté entrar en el Corte Inglés, por ejemplo, y nunca se consiguió y cuando paso de todo y creo mi pequeña empresa, el Corte viene a buscarme para una colección de fiesta y me mete en su departamento internacional. O sea, yo nunca “tragué la bolicha”, mis amigos, mis amigas son los de siempre; pero ahí es cuando me di cuenta de que podía ser más de lo que yo pensaba.

¿Qué aprendiste?
Yo había trabajado mucho sin ser consciente de que había trabajado mucho y había ganado premios, como los MMModa de Vogue en 2001. Ya sé que está muy manido, pero diría: constancia, trabajar, quererte mucho. 

¿Qué consejo le darías a los jóvenes diseñadores?
Constancia y que se quieran. Y que no se contaminen de opiniones, que no escuchen consejos. Yo nunca doy consejos a nadie, eso es regalar una bomba. 

Pero en moda, ¿existe lo bueno, lo feo y lo malo?
Sí, pero para cada persona. Yo creo que existe el gusto. O sea, Hay gente que no tiene un euro en el banco y que tiene un gusto exquisito. Y hay gente que puede permitirse marcas muy de lujo y que no las sabe defender. Existe el buen gusto. No solo en vestirse, en moverte, en mirar, en caminar, en observar... mi marido siempre me decía una cosa que me gustaba mucho: “es que eres capaz de encontrar una cosa bonita entre un millón de cosas feas”. Y yo le decía: “a lo mejor no era la bonita, era la que me gustó a mí”.

¿Te matriculaste en sicología para huir de la moda?
Si, porque  las empresas explotaban mucho a los jóvenes diseñadores, a los estudiantes. Ni siquiera te hacían un contrato. 

Pero volviste.
Sí, la moda es la novia que nunca tuve. Me lo dio todo y me lo quitó también, porque tuve muy mal momento en 2008, con una crisis terrible y con dos socios, y aquello fue paliza tras paliza. Pero me lo volvió a dar, me fue abriendo puertas.

Y hoy estás en la tienda y no estás en lo creativo.
No, no estoy. Solo a veces, y por gusto, hago algún trabajo de estampación. Yo tuve que diseñar muchos años colecciones de más de 400 prendas por campaña, y a parte tener que hacer un desfile para Gaudí que no tenía nada que ver con la colección, y me quemé un poco. 

¿No lo echas de menos?
No. Echo de menos a lo mejor ver colecciones de tejidos, tocar telas, pero las toco igual en la tienda.

Pero tocas lo de los otros, no seduces con lo tuyo.
Toco lo de los otros como si lo hubiera hecho yo. Si ves en mi tienda la colección creo que es una colección muy homogénea. Toco de cada casa lo que a mí me gusta, pero la estoy viendo en conjunto. De alguna manera me estoy creando una colección que no es mía, que es adoptada.

Entonces ¿dónde está tu “ego” de diseñador?
No existe. Martina Klein, la modelo, siempre me decía “tú no vas a triunfar en esto nunca” (en los desfiles de Gaudí) y yo le decía “¿por qué?” “Porque te vas cuando empieza todo”. Al terminar el desfile, yo desaparecía. Yo no iba a la cena, no iba a la discoteca, no iba a donde estaba la prensa. 

¿Por qué?
Porque mi trabajo para mí ya había terminado. Yo no necesito ese ego. Quería llegar al hotel y llamar primero a mi equipo, a las modistas que habían confeccionado eso, a las patronistas, a mis padres, a mi pareja. 

¿Tus referentes?
Chanel por ejemplo. Mi trabajo de fin de carrera fue sobre Coco Chanel. Michael Koors antes de ser descubierto. Valentino, sobre todo en alta costura. Y en arte tengo muchos referentes, soy bastante infiel. Tamara de Lempicka, Maruja Mallo. 

Hay una figura de un caballo con balancín que habla del amor de tu vida. Cuéntame esa historia.
Lo importante de esta figura no es el caballo, es la base, el balancín. En su primer cumpleaños estando conmigo me invitó a cenar a su casa en Sada. ¿Y yo que le regalo a este hombre que tiene de todo? Entonces me fui al Corte Inglés porque en frente estaba la estación de autobuses y yo no tenía coche. El Corte Inglés todavía vendía animales y compré una pecera con dos pececitos tropicales, los empaquetaron, me subí al autobús y me fui con el trécole-trécole del autobús hasta Sada y cuando llegué los pescaditos flotaban, estaban muertos por el trécole-trécole del autobús. Primero me dijo: “Que idea esta de regalarme dous peixiños e esta escravitude de darlle de comer todos os días?” E segundo: “subirte a un autobús?” Entonces, después, con su primer regalo me dijo: “Mira, esto é unha cousa que podes subir a un autobús cando queiras facer un regalo porque xa se balancea e non vai morrer”. Y lo tengo siempre en la casa donde estoy. Este caballito es muy viajero.

Háblame de Domingos Merino.
Domingos me llevaba 29 años. Cuando lo conocí yo tenía 20. Yo era un estudiante de diseño y él ya había sido el primer alcalde de la democracia coruñesa. Nuestras vidas eran muy distintas, pero surgió y fue así hasta que se murió.

Éramos muy distintos y éramos muy iguales. Yo era un niño muy maduro. Y él era una persona muy jovial. De hecho, hasta su enfermedad nadie adivinó nunca esa diferencia de edad si no la decíamos. Domingos fue todo para mí. Fue una persona que me enseñó incluso a miña propia lingua.

Empezas a falar galego por Domingos?
Si, empecei a falar galego. Eu viña dunha casa non galego falante. E así empecei, non a falalo, a querelo sobre todo. 

Como se vive coa ausencia de Domingos?
Moi mal. O que pasa é que te adaptas. Vai facer seis anos que morreu e houbo sete anteriores terribles de enfermidade. Eu pensaba que estaba preparado e non o estaba. Custábame dicir o seu nome sen chorar. E tardei máis de tres anos en dicir “xa respiro”. Se eu podo vivir sen Domingos podo vivir sen ninguén. Éramos unha parella que sabíamos apagar a luz dun para que o outro brillase máis. 

TEST DE VIDA

Unha palabra?
Liberdade.
Un lugar?
Oporto. Domingos e eu pasabamos case un mes ao ano, en diferentes épocas, sempre no mesmo hotel. Non fun capaz de volver a Oporto nunca máis. As últimas palabras que Domingos escoitou miñas, porque morreu colléndolle eu a man, foron “Espérame en Oporto”. 
Unha persoa?
Miña nai, Paz. E fai honor a seu nome.
Unha personaxe?
Domingos Merino, como persoa, como personaxe, como político.
Alguén importante?
Moita xente e ninguén. 
Un obxecto? Unha cousa?
Un pincel.
Alguén imprescindible?
Ninguén.
Que é a vida?
A vida é todos eses momentos que perdemos ou que pasamos na permanente e absurda e agotadora búsqueda da felicidade, sen decatarnos de que a felicidade era eso, esos momentos que perdemos querendo sempre máis.